Por supuesto, a Estados Unidos le encantó Un sueño posible, la película de 2009 sobre un adolescente negro desafortunado y sin hogar que fue rescatado de un futuro sombrío por una familia blanca adinerada. Se basó en la historia real de la familia Tuohy, liderada por Sean y Leigh Anne, quienes acogieron al futuro jugador de la NFL, Michael Oher, en su casa y lo criaron con orgullo mientras llegaba a la universidad y más allá.
Es el tipo de historia a la que estamos acostumbrados en los deportes, una que sustenta nuestras creencias sobre el poder del deporte para crear vínculos de por vida, ayudar a sus participantes a superar las dificultades y desarrollar el carácter. También es una representación simplificada de la raza en Estados Unidos, que gira en torno al motivo temático de que los blancos pueden redimirse mágicamente al acudir en ayuda de un personaje negro.
El público compró la historia. La película recaudó más de 300 millones de dólares y Sandra Bullock ganó un Oscar por su interpretación de Leigh Anne Tuohy, la bella mujer empoderada del Nuevo Sur.
Pero Un sueño posible, basada en el exitoso libro de Michael Lewis, presenta una realidad complicada en el formato más digerible. Esta semana, la sorprendente noticia de una demanda presentada por Oher contra los Tuohy impulsó a muchos a reconsiderar la película, buscando respuestas a las preguntas planteadas por el reclamo legal y que fueron oscurecidas por la cómoda y ordenada narrativa de la película.
Oher está demandando a la pareja por un recuento completo de su relación. Afirma que cuando pensó que lo iban a adoptar a los 18 años, los Tuohy lo instaron a firmar una tutela que les dio el control para celebrar contratos en su nombre. Él dice que el vínculo familiar, retratado cálidamente en la película, era una mentira y que los Tuohy se enriquecieron a su costa.
Los Tuohy han defendido sus acciones argumentando en un comunicado que la tutela era una necesidad legal para que Oher pudiera jugar fútbol en la Universidad de Mississippi sin poner en peligro su elegibilidad.
En una historia con al menos cuatro versiones —las de Lewis, el estudio de cine, Oher y los Tuohy— es casi imposible discernir quién dice la verdad.
Debo admitir que, hasta esta semana, nunca había visto Un sueño posible. La había evitado a propósito. Desconfío de las películas que se basan en clichés raciales simplistas, una fatiga que comenzó cuando era niño y muchos de mis héroes negros murieron al final de las películas para que los héroes blancos pudieran vivir.
La noticia de la demanda de Oher me convenció de que era hora de acostarme en el sofá y ver la película, con el beneficio de 14 años de retrospectiva: 14 años en los que la raza y los deportes han resurgido como plataformas esenciales para examinar los problemas de Estados Unidos.
Mis suposiciones resultaron correctas al principio de la película, mientras el personaje de Oher tomaba forma. A medida que se desarrolla la historia, se le muestra como una causa perdida antes de conocer a los Tuohy y asistir a una próspera escuela cristiana en Memphis. El filme lo retrata en términos sencillos: como un cuerpo, ante todo, un gigantesco adolescente negro cuyo coeficiente intelectual, se nos dice, es bajo, y que no tiene la menor idea de cómo funciona la vida en mundos que no están inundados de pobreza y desesperación.
El Oher de la película, particularmente al principio, tiene poca voluntad y ningún sueño propio. Cuando vi eso, sentí como un puñetazo en el estómago. “¿Qué?”, murmuré. “No hay forma de que esta caracterización sea cierta”.
Los Baltimore Ravens seleccionaron a Oher en la primera ronda del draft de la NFL. Nadie llega tan lejos en los deportes sin una base de años de motivación y entrenamiento, lo que da crédito a las críticas de Oher sobre cómo lo representaron en la película. Una y otra vez ha insistido en que es una persona inteligente, y era un habilidoso jugador de fútbol mucho antes de conocer a los Tuohy.
No era alguien que necesitaba al hijo pequeño y diminuto de los Tuohy, Sean Jr., para que le enseñara el juego en los términos más sencillos: usando botellas de condimentos para mostrar formaciones y jugadas. Vemos a Sean Jr. en un parque, deleitándose al obligar a un despistado Oher para que practique diversos ejercicios.
El filme también muestra a los Tuohy usando los deportes como un vehículo para que Oher desarrolle confianza, ingrese a un mundo de prestigio y riquezas, y finalmente asista a Ole Miss, el alma mater de la pareja, donde Sean Tuohy fue una estrella del baloncesto.
Oher protege a Leigh Anne Tuohy cuando se atreven a ir a los barrios donde él creció. “Esa parte horrible de la ciudad”, dice ella. Él salva la vida de Sean Jr. cuando los dos tienen un accidente automovilístico usando su enorme brazo para proteger al niño de la fuerza de una bolsa de aire. Cuando Oher tiene problemas en el campo de práctica mientras aprende el juego, Leigh Anne Tuohy salta desde el costado y lo entrena con instrucciones firmes: debe proteger al mariscal de campo de la misma manera que él la protegió a ella y a su hijo.
“Proteger a la familia”, insiste ella.
Una lección impartida a Oher por una mujer blanca luchadora, como si él fuera un niño de primer grado (o un sirviente), provoca un punto de inflexión en su vida. Oher comienza a transformarse de un neófito del fútbol criado en las calles a un liniero ofensivo con la fuerza de Zeus, la agilidad de Mikhail Baryshnikov y el tamaño de un piano vertical.
Pronto, lo vemos jugar en un partido, soportando burlas agresivas y racistas de un oponente que inicialmente se sale con la suya frente a un rival sin experiencia.
De repente, Oher reacciona. No solo bloquea al jugador contrario: enfurecido, lo levanta y lo conduce a través del campo y sobre una valla.
“¿Adónde lo estabas llevando, Mike?”, su entrenador pregunta mientras Oher se queda fuera del campo de juego.
“Al autobús”, dice Oher inexpresivo, en tono inocente e infantil. “Ya era hora de que se fuera a casa”.
Al final de la película, la transformación está completa. Aprendemos que, bajo la vigilancia de una familia blanca adinerada, ¡el coeficiente intelectual de Oher ha mejorado a un nivel promedio! ¡Lo vemos convertirse en un campeón de la escuela secundaria! Vemos un desfile de entrenadores (entrenadores reales, que se interpretan a sí mismos en la película) adulando a Oher, mientras intentan persuadirlo para que juegue en sus equipos.
Es difícil descifrar, por la narración de la película, la motivación de Oher, o su inteligencia, porque sigue siendo retratado como un accesorio: tranquilo, dócil, un joven que, en su mayor parte, hace lo que dice su nueva familia. Esto, por cierto, hace que ahora sea difícil discernir la verdad de su demanda.
Lo que sí vemos en la película es que brilla en la universidad y en las ligas profesionales. Ahí está en la NFL, con su uniforme de los Baltimore Ravens. Había llegado a la Tierra Prometida de los deportes y, en todo momento, la familia Tuohy estuvo a su lado.
Esta película lo tenía todo.
La imagen distorsionada sobre los temas de la raza y la clase en Estados Unidos que Hollywood siempre ha vendido.
La narrativa simplista que sin sentido crítico aclama al deporte y su pureza, la forma en que puede cambiar vidas ―siempre para bien― transformando en joyas los diamantes en bruto. El lado sombrío de los deportes (las trampas, las mentiras, las promesas incumplidas que, en esta disputa legal, podrían provenir de cualquier lado) nunca invaden el cuento de hadas.
Kurt Streeter escribe la columna Sports of The Times. Más sobre Kurt Streeter.