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Taylor Swift en mi consulta

Así que empecé a escuchar. Y a escuchar más. Y empecé a quedarme despierta toda la noche refrescando aplicaciones para tener acceso de última hora al “Taypocalypse”. Y entonces fui al concierto con mi hija. Y ahora yo tampoco puedo calmarme.

La Swiftmanía es un subidón muy distinto al que experimenté escuchando música cuando era adolescente: un subidón por el que vale la pena sufrir. No se trata solo de la plétora de canciones por descubrir, sino de la cultura Swiftie en sí: el acceso constante a la música, las noticias, la búsqueda de mercancía, los gritos en la calle, el intercambio de canciones y líneas de código poético a través de mensajes de texto o pulseras, una fiesta que dura todo el día y toda la noche.

Cuando yo era chica, tenía a las Indigo Girls, Tori Amos y Ani DiFranco, cantantes para las que un interior problemático coincidía con un exterior crudo y tenso. Pero no había nadie que expresara su ira justificada desde el interior de un traje brillante, que sufriera como yo, pero cuyo merodeo desenfadado me hiciera caminar con la frente un poco más en alto. Mis cantantes se sentaban fuera de la fiesta y se quejaban contigo, pero cuando te armabas de valor, no estaban listas para entrar. Taylor no te obliga a elegir, porque ella es tanto esa persona afortunada que quieres ser como también la antiheroína que llevas dentro.

¿Quiénes son las swifties? En mi consulta, estas pacientes comparten ciertas características. Criadas con una dieta saludable de amabilidad y justicia, son sensibles, ambiciosas y un poco perfeccionistas. Como Taylor, se visten para ser bonitas y geniales (y, a veces, para vengarse), pero, por dentro, sienten todo tipo de dolor. Sus dudas sobre sí mismas perpetúan un círculo vicioso en un mundo en el que son tímidas, jóvenes, y los demás pueden asumir que no saben nada. Son trabajadoras y están frustradas, y se preguntan si lograrían sus objetivos más rápido si fueran hombres. Desesperadas por experimentar el amor, han tenido sus momentos de suplicar a Romeo que les diga que sí, o tolerar que se les trate mal en algunas situaciones (“dijiste que necesitabas tu espacio; ¿qué?”). Y, sin embargo, las swifties se esfuerzan por ser la Cenicienta moderna, que no recuerda si tiene novio. Ven en Taylor Swift a una auténtica heroína que las comprende en carne propia, pero que también les muestra el lugar al que podrían llegar, tan embriagador precisamente porque está a su alcance.

“¿Qué haría Taylor Swift?”, es un lema entre ciertas pacientes de mi consulta. Las personas en la adolescencia sufren por muchas razones. Una es ser frágiles y estar en formación: una obra humana en construcción. Otra es estar rodeadas de otras personas que son frágiles y están en formación. Taylor Swift expresa no solo la traición del acoso escolar, sino también la crueldad que lo rodea y que es aún más omnipresente: la mezquindad, la exclusión, el ghosting intermitente. Ella dice: toma prestada mi fuerza, abraza tu dolor, haz algo hermoso con él, y entonces, podrás olvidarte de él.

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