El intercambio más revelador en el mitin de Donald Trump en Waco, Texas, el sábado, no vino del propio Trump. Ocurrió al principio, cuando Ted Nugent, una vieja estrella del rock, animaba a la multitud. “Quiero que me devuelvan mi dinero”, gritó. “No autoricé ningún dinero a Ucrania, a un tipo raro y homosexual”.
Momentos después, en Real America’s Voice, un canal de televisión de extrema derecha, el excorresponsal de Fox News Ed Henry calificó de “asombrosas” las palabras de Nugent “sobre Zelenski” y sobre el financiamiento a Ucrania. Luego resumió la carrera hacia el fondo del movimiento trumpista en una frase sucinta: “Está canalizando el sentir de muchos estadounidenses”.
En efecto. Y también todos los oradores del maratónico mitin de Trump. Uno tras otro, miraron a una multitud enardecida y adepta a las conspiraciones y consintieron, alimentaron y avivaron cada elemento de su furiosa visión del mundo. No vi a ningún verdadero líder en el escenario de Trump, ni siquiera al propio Trump. Vi una colección de seguidores, cada uno compitiendo por el afecto del verdadero poder en Waco, la turba populista adulada.
Para entender la dinámica social y política de la derecha moderna, hay que comprender cómo es que millones de estadounidenses se inocularon contra la verdad. Durante las primarias republicanas de 2016 no faltaron líderes ni comentaristas republicanos dispuestos a poner en evidencia a Trump. John McCain y Mitt Romney, los dos candidatos presidenciales anteriores del partido, incluso dieron el extraordinario paso de condenar a su sucesor en términos inequívocos.
Sin embargo, cada vez que Trump se enfrentaba a la oposición, él y sus aliados llamaban a los críticos “elitistas”, “noticias falsas”, “débiles” o “cobardes”. Era mucho más fácil decir que los detractores de Trump tenían el “síndrome de enajenación de Trump”, o que eran “simples títeres de la clase dominante”, que comprometerse con una crítica sustancial. Así comenzó la adulación a la mente populista (irónico para un movimiento que se deleitaba llamando “copos de nieve” —que no aguantan nada— a los estudiantes progresistas).
El desacuerdo en la derecha se convirtió de inmediato en sinónimo de falta de respeto. Si “nosotros, el pueblo” (el término que los partidarios de Trump aplican a lo que ellos llaman el “Estados Unidos de verdad”) creemos algo, entonces el pueblo merece que sus políticos y expertos reflejen esa opinión.
Lo vemos en los documentos internos de Fox News que salieron a la luz en el litigio por difamación de Dominion, en el que Dominion Voting Systems demandó a Fox News por difundir afirmaciones falsas sobre las máquinas de votación después de las elecciones de 2020. En repetidas ocasiones, los líderes y personalidades de Fox que no parecían creer que las elecciones de 2020 fueron robadas se refirieron a la necesidad de “respetar” a su audiencia al decirles lo contrario. Para estos empleados de Fox, respetar a la audiencia no significaba transmitir la verdad (un verdadero acto de respeto). Por el contrario, significaba alimentar el hambre insaciable de los espectadores por confirmar sus teorías conspirativas.
Fui testigo directo de este fenómeno al principio de la era Trump. Conversaba con un pequeño grupo de pastores evangélicos sobre cómo los evangélicos blancos ya no valoraban la buena reputación de los políticos. En comparación con otros grupos cristianos y estadounidenses no afiliados, los evangélicos blancos pasaron de ser el grupo menos propenso en 2011 a creer que “un funcionario electo que comete un acto inmoral en su vida personal puede, a pesar de ello, comportarse con ética y cumplir su deber” al grupo más propenso a excusar a los políticos inmorales en 2016, según una encuesta del Public Religion Research Institute/Bookings Institution.
En esa conversación hablé de la Resolución de la Convención Bautista del Sur de 1998 sobre la moralidad de los funcionarios públicos. Aprobada durante el punto álgido del escándalo en torno a la aventura de Bill Clinton con Monica Lewinsky, declaraba un compromiso cristiano con la integridad política en términos inequívocos. “La tolerancia de las faltas graves por parte de los líderes”, decía, “cauteriza la conciencia de la cultura, engendra inmoralidad desenfrenada y anarquía en la sociedad, y sin duda resulta en el juicio de Dios”.
Cuando le recordé esas palabras al grupo, un pastor de Alabama planteó una objeción: “Eso les va a parecer elitista a muchos miembros de mi congregación”. Yo estaba confundido. Un pastor bautista me estaba diciendo que a su congregación le parecería “elitista” una declaración reciente de creencia bautista. Quedó claro que muchos bautistas creían en su propia resolución cuando se refería a Clinton, pero no cuando se refería a Trump.
Los políticos siempre tienen la tentación de ser complacientes, pero rara vez se ve una abdicación tan completa de cualquier cosa que se acerque a un verdadero liderazgo moral o político como lo que ocurrió en el mitin de Waco. Comenzó con esa ridícula e irrelevante declaración sobre Volodímir Zelenski (¿qué tiene que ver su orientación sexual con la rectitud de la causa ucraniana?); continuó con Mike Lindell, de MyPillow, quien repitió aseveraciones electorales totalmente falsas y terminó con un airado, aunque repetitivo, discurso de Trump, también plagado de falsedades.
Y si se piensa por un momento que hay algún arrepentimiento en el mundo de Trump por la insurrección del 6 de enero de 2021, el mitin ofreció una respuesta contundente. Antes de su discurso, Trump se puso de pie —con la mano sobre el corazón— mientras escuchaba una canción llamada “Justicia para todos”, que grabó con algo llamado el “Coro de la Prisión J6”, un grupo de hombres encarcelados por asaltar el Capitolio. La canción consiste en que el coro canta el himno nacional mientras Trump recita el juramento a la bandera.
Es habitual criticar el movimiento trumpista como un culto a Donald Trump, pero eso ya no es del todo correcto. Sigue teniendo una influencia enorme, pero ¿acaso los verdaderos sectarios abuchean a su líder cuando se desvía del guion aprobado? Sin embargo, eso es lo que ocurrió en diciembre de 2021, pues una parte de la multitud de un mitin en Dallas abucheó a Trump cuando dijo que se había puesto un refuerzo de la vacuna contra la covid. ¿Y alguien cree que Trump es aficionado a QAnon? Sin embargo, en 2022 impulsó contenido explícito de Q en Truth Social, su plataforma de redes sociales preferida.
Quizá haya habido un momento en el que Trump de verdad dirigiera su movimiento. Ese tiempo ya pasó. Ahora es su movimiento el que manda. Alimentado por teorías de la conspiración, está hambriento de confrontación, y mítines como el de Waco demuestran su dominio. Como el pirata que se planta frente al personaje de Tom Hanks en la popular película de 2013 Capitán Phillips, la derecha populista se planta frente al Partido Republicano, los medios conservadores e incluso los republicanos de base reticentes y lanza un único y sencillo mensaje: “Ahora yo soy el capitán”.
David French es columnista de opinión del New York Times. Es abogado, escritor y veterano de la Operación Libertad Iraquí. Es un exlitigante constitucional y su libro más reciente es Divided We Fall: America’s Secession Threat and How to Restore Our Nation. @DavidAFrench