El segundo campo es el de los optimistas. Para ellos, el fin de la guerra no es solo una victoria ucraniana, sino el fin de Vladimir Putin. Sostienen que la derrota del ejército ruso y los continuados efectos de las sanciones —que serán aún más devastadores— son claras señales de que a Putin le queda un tiempo limitado en el poder, y apoyan al presidente Volodímir Zelenski en su negativa a negociar con Putin. Los defensores de este punto de vista, donde se incluyen Los Verdes de Alemania y la mayoría de los europeos del este, dicen que solo con un apoyo total a Ucrania se podrá conseguir una paz duradera. A Rusia no solo hay que pararla: también hay que derrotarla.
Los revisionistas no ven la guerra en Ucrania como una guerra de Putin, sino como una guerra de los rusos. Opinan que la única garantía de paz y estabilidad en Europa después de esta guerra sería el debilitamiento irreversible de Rusia, incluida la desintegración de la Federación de Rusia. Abogan por ayudar a los movimientos separatistas del país y por mantener a los rusos alejados de Europa, con independencia de los cambios políticos que se puedan producir en Rusia. A su juicio, la guerra que empezó con la afirmación de Putin de que Ucrania no existe debería acabar con la disolución definitiva del Imperio ruso. La estrategia del “fin de Rusia” es, quizá previsiblemente, la más popular en los países que sufrieron el régimen de Moscú en el pasado: Polonia, las repúblicas bálticas y, por supuesto, Ucrania.
Cada una de estas escuelas de pensamiento tiene sus detractores razonables. Quienes critican el enfoque realista insisten con razón en que ya se probó el realismo en 2015, tras la invasión rusa del este de Ucrania, y no funcionó. A los realistas mágicos les aqueja un exceso de optimismo respecto a que Putin tiene los días contados. Además, el cambio de régimen deseado por los optimistas es más difícil en la práctica, porque ¿cómo podrían mantenerse unas negociaciones basadas en tales fines deseados? Y los llamamientos de los revisionistas a desmantelar o desfigurar Rusia podrían tener la involuntaria e indeseada consecuencia de darles a los rusos motivos para luchar en esta guerra, algo que Putin no ha conseguido.
Cuando las tropas rusas estaban a las afueras de Kiev, las diferencias entre los realistas, los optimistas y los revisionistas no eran críticas. El único objetivo era impedir que Ucrania fuese invadida y que Putin lograse la victoria. Pero los éxitos del ejército ucraniano en los últimos meses han acercado esas diferencias al centro del debate europeo. Es la divergencia de opiniones sobre cómo debería acabar la guerra, y no las amenazas de Putin, lo que de verdad pone en riesgo la unidad europea. Lo veremos este mismo invierno, cuando la presión pública para empezar a negociar con Moscú vaya en aumento.
Los relatos y puntos de vista divergentes sobre el fin deseado de esta guerra tienen tanta carga emocional y moral, que cualquier acuerdo será exasperantemente complejo. Pero se necesita con urgencia un marco de trabajo común para alcanzar una resolución de la guerra. Sin él, el miedo de los ucranianos a que Occidente los traicione y el miedo de Putin a la humillación militar de Rusia alimentan la escalada hasta el extremo.
Ivan Krastev es presidente del Center for Liberal Strategies, miembro permanente de la junta directiva del Instituto de Ciencias Humanas de Viena y autor de ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo.