CENTRO ESPACIAL KENNEDY, Florida — El nuevo y majestuoso cohete de la NASA se elevó al espacio por primera vez en las primeras horas del miércoles, iluminando el cielo nocturno y acelerando en un viaje que llevará una cápsula sin astronautas alrededor de la Luna y de vuelta.
Este vuelo, que evoca la pasada era Apolo, es una prueba crucial para el programa Artemis de la NASA, que pretende devolver a los astronautas, tras cinco décadas merodeando en la órbita terrestre baja, a la Luna.
“Todos formamos parte de algo increíblemente especial”, dijo Charlie Blackwell-Thompson, la directora del lanzamiento, a su equipo en el Centro Espacial Kennedy tras el suceso. “El primer lanzamiento de Artemis. El primer paso para devolver a nuestro país a la Luna y a Marte”.
Para la NASA, la misión marca el inicio de una nueva era de exploración lunar, que pretende desvelar misterios científicos en las sombras de los cráteres de las regiones polares, probar tecnologías para los soñados viajes a Marte y estimular a la empresa privada a perseguir nuevas fronteras empresariales más allá del sistema solar.
Mientras China y otros países compiten por explorar el espacio, el lanzamiento del miércoles también pone de manifiesto una creciente tensión filosófica sobre cómo debe Estados Unidos perseguir sus aspiraciones espaciales. La NASA ha gastado más de 40.000 millones de dólares hasta la fecha para poner en marcha Artemis. El gasto ilustra cómo el programa espacial sigue pareciéndose a la forma en que el Pentágono construye portaaviones y cazas F-35: caro y lento, pero principalmente controlado por el gobierno federal porque todavía no existe un mercado comercial para los tipos de grandes cohetes y transportes del espacio profundo que la NASA considera necesarios para su programa de exploración lunar.
El enfoque alternativo, en el que la NASA sería un cliente o un pasajero en las naves espaciales comerciales, podría ser más barato y más rápido, dependiendo de las innovadoras naves espaciales construidas por empresas emprendedoras como SpaceX, liderada por Elon Musk.
“Si uno se tomara en serio la idea de volver a la Luna, simplemente apostaría por los enfoques comerciales”, dijo Charles Miller, quien trabajó en la NASA de 2009 a 2012 como asesor principal para las actividades espaciales comerciales.
Aunque no haya calmado a los críticos, el cohete de 98 metros de altura, conocido como Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS, por su sigla en inglés), era una vista imponente en la plataforma de lanzamiento. Sin embargo, con la hora de lanzamiento a media noche, la Costa Espacial de Florida no estaba tan llena de espectadores como en anteriores intentos de lanzamiento.
El intento de lanzamiento del miércoles se produjo después de dos intentos interrumpidos en agosto y septiembre, uno de ellos por un motor que parecía estar demasiado caliente y el otro por una fuga de hidrógeno en un conducto de combustible. El huracán Ian llevó a la NASA a saltarse otra ventana de lanzamiento a finales de septiembre y principios de octubre, y el huracán Nicole provocó un retraso de un par de días antes del lanzamiento del miércoles.
La cuenta atrás se desarrolló sin problemas hasta que apareció una fuga de hidrógeno en un nuevo lugar a eso de las 9:15 p. m. Una “tripulación de emergencia” de dos técnicos y un oficial de seguridad acudió a la plataforma de lanzamiento para apretar los tornillos de una válvula, lo que detuvo la fuga.
Un interruptor Ethernet defectuoso también interrumpió la cuenta regresiva, al cortar los datos de un radar necesario para el seguimiento del cohete. La Fuerza Espacial de EE. UU., que garantiza la seguridad de los lanzamientos de cohetes desde el Centro Espacial Kennedy, sustituyó el equipo y la cuenta se reanudó.
Un último sondeo de Blackwell-Thompson confirmó que el cohete estaba listo para ir al espacio.
A la 1:47 a. m. se encendieron los cuatro motores de la etapa central del cohete, junto con los dos propulsores laterales más delgados. Cuando la cuenta regresiva llegó a cero, las abrazaderas que sujetaban el cohete se soltaron y el vehículo se desprendió de las ataduras de la Tierra.
En el momento del despegue, las llamas de los motores eran increíblemente brillantes, como gigantescos sopletes de soldadura.
“Nunca habíamos visto una cola de llamas semejante”, dijo Bill Nelson, el administrador de la NASA.
Cuando el cohete ascendió, produjo un fuerte estruendo que recorrió el centro espacial.
Unos minutos más tarde, los propulsores laterales y luego la gigantesca etapa central se separaron. A continuación, el motor superior del cohete se encendió para transportar hacia la órbita la nave espacial Orión, en la que se sentarán los astronautas durante las misiones posteriores.
Menos de dos horas después del lanzamiento, la etapa superior se encendió por última vez para enviar a Orión hacia la Luna. El lunes, Orión pasará a menos de 100 kilómetros de la superficie lunar. Después de dar la vuelta a la Luna durante un par de semanas, Orión regresará a la Tierra y aterrizará el 11 de diciembre en el océano Pacífico, a menos de 100 kilómetros de la costa de California.
“Hemos sentado las bases para el programa Artemis y para muchas generaciones futuras”, dijo John Honeycutt, director del programa del cohete Sistema de Lanzamiento Espacial, en una conferencia de prensa tras el lanzamiento del miércoles.
La próxima misión Artemis, que llevará a cuatro astronautas en un viaje alrededor de la Luna, pero no a la superficie, no se lanzará antes de 2024. La misión Artemis III, en la que dos astronautas aterrizarán cerca del polo sur de la Luna, está prevista actualmente para 2025, aunque es muy probable que esa fecha se postergue.
En un informe del año pasado, el inspector general de la NASA calculó que para cuando Artemis III hubiera regresado de la Luna, la NASA habría gastado 93.000 millones de dólares en el programa y que cada lanzamiento del Sistema de Lanzamiento Espacial y de Orión costaría más de 4000 millones de dólares. Los sobrecostos se debieron en parte a problemas técnicos, a la mala gestión y a los cambios de planes y calendarios de la NASA. Y al igual que el viejo Saturno V, el costoso cohete del Sistema de Lanzamiento Espacial se utiliza solamente una vez antes de caer al océano.
Mediante la racionalización de la fabricación, “esperamos conseguir un costo de unos 2000 millones de dólares” por lanzamiento, dijo Sharon Cobb, directora asociada del programa de la NASA para el Sistema de Lanzamiento Espacial, durante una entrevista en agosto.
En cambio, el cohete Falcon Heavy de SpaceX, aunque no es tan potente como el SLS, cuesta 90 millones de dólares por lanzamiento. Y el Starship de SpaceX, un gigantesco cohete de nueva generación actualmente en desarrollo que también es fundamental para los planes de alunizaje de los astronautas de la NASA, va a ser totalmente reutilizable, y Musk ha dicho, quizá con demasiado optimismo, que un lanzamiento podría llegar a costar tan solo 10 millones de dólares.
Para Artemis, la NASA ha adoptado un enfoque mixto: un programa tradicional para el cohete y la cápsula de la tripulación, y una estrategia comercial para el módulo de aterrizaje lunar. La NASA va a comprar a SpaceX, a un precio fijo, un vuelo de la Starship que servirá como módulo de aterrizaje para la misión Artemis III a finales de la década. La Starship se acoplará a la Orión en órbita alrededor de la Luna y llevará a dos astronautas a la superficie cerca del polo sur lunar.
Los retrasos y sobrecostos de SLS y Orión ponen de manifiesto las deficiencias de la gestión de los programas de la NASA, pero la empresa de Musk, a pesar de los impresionantes saltos tecnológicos que ha dado hasta ahora, tampoco tiene garantizado resolver todos los retos de desarrollo de la Starship tan rápidamente como Musk podría esperar.
Su empresa ha tenido un gran éxito con su cohete Falcon 9, tras la inversión de la NASA para llevar carga y posteriormente astronautas a la Estación Espacial Internacional. El contrato de carga supuso una importante inyección de dinero para la empresa de Musk y le otorgó el visto bueno de la NASA cuando SpaceX aún era poco conocida y no estaba probada. Ahora domina el negocio del lanzamiento de satélites.
Para la NASA, esto también fue una gran victoria. Como la NASA es uno de los muchos clientes de SpaceX, esta puede ofrecer costos mucho más bajos.
Estos éxitos, sin embargo, no garantizan que Starship también tenga éxito. Si SpaceX tropieza, la apuesta de la NASA por la nueva nave espacial de la compañía corre el riesgo de que Estados Unidos desperdicie su inversión mientras sigue esperando un alunizador para Artemis III.
Sin embargo, el enorme gasto de Artemis podría ser el precio de mantener el apoyo político a un programa espacial en una democracia federal, dijo Casey Dreier, el principal asesor político de la Sociedad Planetaria, una organización sin fines de lucro que promueve la exploración del espacio. Incluso si Artemis no es el mejor o más eficiente diseño, proporciona puestos de trabajo a los empleados de la NASA y de las empresas aeroespaciales de todo Estados Unidos, dijo. Eso provee un apoyo político continuo al programa lunar.
“El Congreso no ha hecho más que añadir más dinero a Artemis cada año que ha existido”, dijo Dreier.
Hasta ahora, los políticos no han hecho frente a las protestas del público cuando han votado para financiar las misiones Artemis. Incluso si la NASA ahorrara dinero, el enfoque comercial podría provocar una mayor oposición, al alimentar la percepción de que la agencia ha subcontratado su programa espacial a multimillonarios como Musk; Jeff Bezos, el fundador de Amazon que puso en marcha la empresa de cohetes Blue Origin; y Richard Branson, cuya Virgin Galactic vuela con turistas en vuelos suborbitales cortos.
Toma en cuenta la ira de muchas personas hacia Bezos y Branson el año pasado cuando hicieron viajes suborbitales al espacio construidos por las empresas iniciadas con su riqueza. El hecho de que Branson y Bezos no contaran con financiamiento federal para poner en marcha sus empresas de turismo espacial no aplacó el enojo porque el espacio parecía estar convirtiéndose en el patio de recreo de los superricos.
Por tanto, la decisión de recurrir a empresas como SpaceX y Blue Origin podría desatar las críticas de que la NASA no hace más que aumentar la riqueza de los multimillonarios que un día escaparán de los problemas mundanos a estaciones espaciales privadas y colonias fuera del mundo.
“Al alinear nuestro programa espacial con individuos muy famosos e idiosincrásicos, ese podría ser potencialmente el mayor riesgo político, para mí”, dijo Dreier.
Los defensores del espacio comercial sostienen que la historia no respalda esta visión distópica. Por el contrario, señalan a los empresarios de hace un siglo que transformaron la aviación de un lujo al alcance de unos pocos en un transporte seguro y asequible para casi todo el mundo.
Aunque los defensores de los vuelos espaciales privados creen que su enfoque prevalecerá, nadie en el Congreso ha presionado todavía para cancelar el SLS o la Orión. La Ley CHIPS y de Ciencia, promulgada por el presidente Joe Biden, pide a la NASA que incluya los vehículos en los planes para enviar astronautas a Marte y ordena a la agencia que lance el SLS al menos una vez al año.
La NASA está negociando actualmente con los fabricantes del cohete hasta 20 lanzamientos más.
“Creo que el programa en sí mismo se perfila como muy sostenible políticamente”, dijo Dreier. “Yo desafío a la gente a que me muestre el enojo del público con el programa SLS y cómo se traduce en presión política para cancelarlo. Y simplemente no lo veo”.