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El ‘comunismo del decrecimiento’: la idea de Kohei Saito para Japón

Cuando Kohei Saito decidió escribir sobre el “comunismo del decrecimiento”, su editor se mostró escéptico, con justa razón. El comunismo no es popular en Japón. El crecimiento económico es la ley.

Es por eso que un libro que argumenta que Japón debería contemplar su situación actual de declive poblacional y estancamiento económico no como una crisis, sino como una oportunidad para la reinvención marxista, sonaba como una idea difícil de vender.

Sin embargo, sí se ha vendido. Desde su publicación en 2020, el libro de Saito, El capital en la era del Antropoceno, ha vendido más de 500.000 copias, lo cual ha superado sus expectativas más alocadas. Saito, profesor de filosofía en la Universidad de Tokio, aparece con frecuencia en los medios de comunicación japoneses para hablar de sus ideas. Su libro se ha traducido a varios idiomas, y la edición en inglés se publicará a principios del próximo año.

Saito se ha basado en lo que describe como la desilusión creciente en Japón con respecto a la capacidad del capitalismo para resolver los problemas que la gente ve a su alrededor, ya sea cuidar a la población mayor del país, frenar el incremento de la desigualdad o mitigar el cambio climático.

Japón, la tercera economía más grande del mundo, lleva años trabajando para promover el crecimiento económico a la sombra de una población que envejece y se contrae, con unas políticas monetarias y fiscales que están entre las más agresivas de cualquier país.

Pero hay indicios sólidos de que las políticas orientadas al crecimiento de este país, de dinero ultrabarato y mucho gasto público, están llegando a su límite. Las intervenciones han contribuido poco a estimular el crecimiento en la economía de Japón. Y como los esfuerzos del gobierno para incrementar el índice de natalidad tampoco están dando resultados y menos personas están trabajando, “el margen de crecimiento se está reduciendo”, afirmó Saito, de 36 años, durante una entrevista reciente en su casa de Tokio.

Eso parece ser cierto aun cuando la economía de Japón se sigue expandiendo. Cuando el país reportó un crecimiento del 6 por ciento en el segundo trimestre de este año, esto se debió casi por completo a factores externos: exportaciones y turismo extranjero. En cambio, el consumo a nivel nacional se contrajo.

El enfoque en el crecimiento era importante cuando Japón estaba en vías de desarrollo. Pero Saito señala que ahora que el país es rico, la insistencia en tener una economía en constante expansión, descrita en términos de producto interno bruto (PIB), ha producido gastos a todas luces irresponsables, ya que el gobierno insta a la población a consumir más.

Algunas áreas de la economía, como la atención a la salud, tendrán que seguir creciendo, pero “hay demasiados autos, demasiados rascacielos, demasiadas tiendas de conveniencia, demasiada ropa de moda rápida”, expresó. Argumenta que el enfoque en el consumo ha tenido consecuencias devastadoras para el medioambiente, ha profundizado la desigualdad y ha desperdiciado recursos limitados que podríamos utilizar de mejor manera.

El autor expone que reorientar a Japón hacia metas que reflejen con mayor precisión las necesidades actuales del país implicaría usar parámetros distintos al PIB para calcular el bienestar económico nacional. El foco se trasladaría de la cantidad a la calidad en medidas como la salud, la educación y la calidad de vida.

Saito se encontró con el trabajo de Marx por primera vez en 2005, cuando estudiaba en la Universidad de Tokio. Saito admitió que en la secundaria era “más de derecha”, convencido de que los fracasos individuales eran la causa fundamental de los problemas de Japón. Relató que fue impactante descubrir los argumentos del filósofo alemán de que son causas estructurales lo que conduce a la desigualdad y a la guerra.

“Tras la crisis económica de 2008, hubo un renacimiento marxista en Japón, y me convencí de la importancia de su teoría”, agregó Saito.

Desde entonces, se ha dedicado a estudiar los últimos años de Marx, cuando, según Saito, el filósofo se dio cuenta de que el capitalismo, con su demanda insaciable de crecimiento, inevitablemente desembocaría en un desastre ambiental.

Saito concibió El capital en la era del Antropoceno —una referencia a una época en que la actividad humana ha tenido un impacto profundo en el entorno terrestre— en los inicios de la pandemia de COVID-19. El socialismo era un tema candente en Europa y Estados Unidos, donde políticos como el senador Bernie Sanders, exhortaban a los estadounidenses a reflexionar sobre las desventajas del capitalismo al estilo estadounidense. Las secuelas de la crisis financiera de 2008, la desigualdad en ascenso y las realidades ineludibles del cambio climático hicieron que muchos jóvenes cuestionaran la sostenibilidad y la justicia de los sistemas económicos existentes.

Las personas en Japón también se sentían insatisfechas con el statu quo, mencionó Saito. Pero, a diferencia de la gente en otras partes del mundo, “no piensan ‘el capitalismo es malo’, piensan: ‘yo estoy mal’. No piensan que el capitalismo deba cambiar, sino que ellos deben hacerlo”.

Saito reconoció que ese pensamiento era similar al que él tenía en la secundaria, cuando creía que la gente simplemente necesitaba trabajar más duro o ser más productiva.

Los críticos de Saito lo señalan por castigar al mismo sistema capitalista del que se ha beneficiado sin aportar ninguna alternativa más que un idealismo inviable y una ideología fallida. Su libro ha detonado un pequeño auge editorial en torno al marxismo en Japón, en el que algunas publicaciones atacan sus ideas y otras las apoyan.

No obstante, estos debates renovados no han ayudado mucho a revivir la posibilidad de que regrese el Partido Comunista de Japón. A Saito no le encanta ese grupo; considera que tiene buenas intenciones, pero es anticuado. Tampoco les tiene mucha paciencia a otras variantes más conocidas del comunismo, como la que practicaba la Unión Soviética y ahora el Partido Comunista de China, con su énfasis en el poder del Estado por encima de la industria y la planificación centralizada.

Saito reconoció que el crecimiento sigue siendo crucial para mejorar la calidad de vida en los países menos desarrollados. Saito tampoco propone que la gente en las naciones adineradas renuncie a sus comodidades materiales. Hace poco se mudó a una casa de tres pisos en un vecindario lujoso a las afueras de Tokio y conduce un auto compacto Toyota. Señaló que una de las pocas cosas a las que ha renunciado es la comida rápida.

Saito cree que alcanzar el comunismo del decrecimiento tiene que ver menos con decisiones personales y más con cambios radicales en las estructuras políticas y económicas. Argumenta que el marxismo ofrece un modelo viable para reorientar a la sociedad hacia la maximización de los bienes públicos en lugar de la incesante búsqueda y concentración de la riqueza.

Eso implicaría, entre otras cosas, alejarse del PIB como medida clave de la salud de un país. Como alternativa, Saito sugiere el “índice de desarrollo humano”, un concepto propuesto por el economista pakistaní Mahbub ul Haq, el cual utiliza las Naciones Unidas como indicador alternativo del progreso de un país.

Este índice —que mide la esperanza de vida, la educación y la calidad de vida— brinda una perspectiva más completa que el PIB sobre cómo la economía afecta la vida de las personas.

Saito no sabe con exactitud cómo sería un mundo regido por el comunismo del decrecimiento, pero insiste en que sería democrático y estaría centrado en ampliar los recursos colectivos, reducir la desigualdad económica y eliminar los incentivos para el consumo excesivo.

Por su parte, Saito participa en varios proyectos destinados a promover esas ideas. Él y un grupo de partidarios están comprando un terreno en las montañas al oeste de Tokio, el cual planean gestionar como un colectivo para beneficiar a la comunidad local.

Y durante el último año, ha pasado tiempo en una granja orgánica en las afueras de Tokio que se ha posicionado menos como un negocio y más como un recurso comunitario para que los habitantes de las ciudades obtengan alimentos saludables y aprendan sobre agricultura.

La granja en sí es, en cierto sentido, un vistazo a un Japón poscrecimiento, donde una población cada vez más reducida se encuentra con una abundancia de recursos. Los campos están reconstruidos a partir de propiedades que quedaron baldíos después de que sus dueños murieran o se volvieron demasiado viejos para administrarlas.

Es el tipo de escenario que, según los críticos de Saito, podría ser común en un Japón sometido a políticas de decrecimiento.

Pero Saito nunca ha creído realmente que la sociedad deba volver a un estilo de vida agrario idílico.

“No estoy diciendo que volvamos al período Edo”, dijo, refiriéndose a la era feudal cuando el país estaba en gran medida cerrado al resto del mundo.

Su visión para el futuro es una en la que la gente —menos consumida por su interminable búsqueda del crecimiento por el mero concepto de crecimiento— tenga tiempo libre para dedicarle una jornada laboral a perseguir nuevos intereses, como lo hace él con la agricultura.

Hace pocos días, Saito pasó varias horas trabajando junto a los propietarios de la granja orgánica, Shoko Nakano y su esposo, Sho Nakano. Los residentes locales acudieron a comprar verduras en una choza construida con materiales reciclados, mientras una enorme cerda olfateaba entre los brezos junto a un huerto.

Después de que Saito pasó varias horas clavando estacas de bambú en un campo con un pesado mazo de madera, Shoko Nakano le preguntó si se sentía energizado por su experiencia empuñando un símbolo del proletariado.

Saito rio. “Definitivamente soy un burgués”, dijo.


Ben Dooley reporta sobre los negocios y la economía de Japón, con un interés especial en temas sociales y el encuentro entre los negocios y la política. Más sobre Ben Dooley

Hisako Ueno reporta para el Times desde 2012, cubriendo política, negocios, género, trabajo y cultura japoneses. De 1999 a 2009 trabajó para la corresponsalía en Tokio de Los Angeles Times. Más sobre Hisako Ueno

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