El metro se dirigía hacia su última parada al norte de Seúl. Durante el camino desembarcó una multitud de personas con el paso decidido y enérgico de quienes tienen un lugar al cual ir.
Lejos del centro de la ciudad, la concentración de edificios altos se hacía más escasa y el sol de la tarde se infiltraba más profundamente en los vagones del tren, que en ese punto circulaban por una vía elevada. Al final de la línea, muchos de los que permanecían a bordo eran notablemente mayores: cabeceaban a punto de quedarse dormidos, miraban por la ventana y estiraban los hombros.
Lee Jin-ho —vestido elegantemente con un sombrero de paja, zapatos deportivos Adidas blancos y un hanbok impecable— había viajado por dos líneas de metro durante más de una hora desde su casa hasta la última parada, Soyosan, en un caluroso día de agosto. Caminó unos 90 metros más allá de la estación, descansó brevemente bajo la sombra y luego se montó de inmediato en el tren de regreso en dirección al sur.
Lee, un diseñador de interiores jubilado de 85 años, es uno entre la multitud de personas mayores que viajan en el metro de Seúl para aprovechar la tradicional política del país de no cobrarle el boleto a las personas mayores de 65 años y pasan sus días viajando en los trenes hasta el final de la ruta, o hacia ninguna parte en especial, y a veces de regreso. En los largos días de verano —con temperaturas promedio de más de 30 grados Celsius en agosto en Seúl— el aire acondicionado es fuerte, observar a la gente es fascinante y los 320 kilómetros de vías del metro de la ciudad ofrecen posibilidades casi ilimitadas para hacer paseos urbanos.
“En casa simplemente estaría aburrido, dando vueltas sin hacer nada”, dijo Lee.
Los adultos mayores que viajan gratis representan alrededor del 15 por ciento del número de usuarios anuales de Seúl, según datos de los dos principales operadores del metro. Estos pasajeros se han convertido en una parte tan establecida del tejido de la ciudad que ya tienen un apodo— “Jigong Geosa”, que se deriva de la frase “metro gratis”— y las líneas y estaciones que frecuentan son bien conocidas.
Lee y su esposa viven en un apartamento pequeño y subsisten con una pensión de unos pocos cientos de dólares, y su esposa se encuentra en gran parte confinada en su casa tras cinco cirugías de rodilla. Según Lee, no hay mejor manera de pasar el día que con un paseo gratis. El día anterior, viajó en los trenes en bucle: hacia el sur hasta el final de la Línea 4, hacia el noroeste hasta la última parada de la Línea Suin-Bundang, y de regreso al este por la Línea 1, sin poner un pie fuera del sistema de metro.
“Una vuelta dura exactamente cuatro horas”, contó.
Lee sale solo varias veces a la semana y se dirige a una de las dos paradas equidistantes de su casa: la estación Suyu está a 1100 pasos al norte; la estación Mia está a 1250 pasos al sur. (Los ha contado).
Los pasajeros como Lee afirman saber respetar los cuidadosos ritmos y las reglas no escritas de viajar en el metro: evitar las horas pico, cuando los trenes están llenos y todos tienen prisa. No pararse frente a personas jóvenes sentadas, para que no se sientan presionadas a ceder su lugar.
“Lees y te quedas dormido”, afirmó Jeon Jong-duek, un profesor de matemáticas jubilado de 85 años que viajaba con un libro sobre la teoría de la poesía china metido en su bolso. “Es notablemente genial. No existe un rincón de Seúl al que no vaya”.
Park Jae-hong, de 73 años, quien todavía trabaja esporádicamente como inspector de construcción y ha estado incursionando en el modelismo, dijo que viajar en el metro le parecía meditativo y relajante. “Para mí es un oasis”, afirmó.
Hay seis asientos reservados para pasajeros mayores en cada extremo de cada vagón de tren, pero Seúl en general pareciera tener menos lugar para las personas mayores, incluso en un momento en el que Corea del Sur envejece con rapidez.
Cha Heung-bong, el exministro de Salud y Bienestar que propuso la política de tarifas gratuitas alrededor de 1980 y que en la actualidad tiene 80 años, afirmó que muchos surcoreanos mayores viven con ingresos limitados porque el sistema nacional de pensiones no se instituyó sino hasta finales de los años 80. Alrededor de cuatro de cada 10 surcoreanos mayores de 65 años viven en la pobreza, el doble que en Japón o Estados Unidos, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
Lee dejó de trabajar en diseño de interiores hace dos décadas cuando no logró aprender a manejar una computadora. Luego aceptó un trabajo como guardia nocturno en una escuela, donde trabajó durante ocho años, hasta que la institución le dijo que era demasiado mayor para eso, contó.
“Ya no le puedes seguir el ritmo a los jóvenes”, afirmó.
Con el sistema de metro en déficit desde hace años, los políticos constantemente se plantean la eliminación de las tarifas gratuitas o el aumento de la edad para calificar. El alcalde de Seúl, Oh Se-hoon, señaló en un panel en febrero que menos del 4 por ciento de la ciudad tenía más de 65 años cuando se adoptó la política hace décadas; ahora ese grupo de edad representa más del 17 por ciento.
“¿Acaso las personas mayores envejecen porque así lo quieren?”, dijo en el foro Kim Ho-il, presidente de la Asociación de Ciudadanos Mayores de Corea y legislador jubilado. “El paso de los años nos empujó a la vejez”.
“¿Por qué intentan eliminar esta fuente de felicidad?”, preguntó, y alegó que el país estaba ahorrando más en atención médica al mantener activos a los adultos mayores.
Una tarde reciente, en bancos a la sombra afuera de la estación Soyosan, un elenco rotativo de hombres mayores que habían viajado solos en los trenes hasta allí se sentaban a charlar, y su conversación iba de la historia a la economía y a la posición de Corea del Sur en el mundo. Las cigarras gemían discordantemente y periódicamente llegaban trenes con estruendo.
“En mi apartamento hace mucho calor. En un día como este, el metro es un lugar de descanso, un lugar de veraneo”, dijo el padre Kim, un sacerdote católico de 80 años, de cabello plateado, que llevaba el alzacuello y el hábito clerical negro con las mangas arremangadas mientras la temperatura se acercaba a los 32 grados. No quiso dar su nombre completo porque, dijo, sirve en el nombre de Jesús.
Han Kwei, de 80 años, dijo que le gustaba viajar en tren temprano en la mañana, cuando las personas que trabajan regresaban a casa después del turno de la noche.
Los hombres hablaron de los tiempos más difíciles de su juventud. Han recordó haber trabajado como minero en Alemania hace décadas, como hacían muchos surcoreanos pobres en ese momento, y otro hombre intervino para hablar sobre su infancia empobrecida, cuando pocos lograban comer tres comidas al día.
El ahorro aparentemente pequeño de 1500 wones por viaje, alrededor de 1,15 dólares, es significativo para su generación, y la mayoría viajaría mucho menos en el metro si no fuera gratis, dijeron.
Bae Gi-man, de 91 años, dijo que después de que la que fue su esposa durante siete décadas falleció el año pasado, pasó días en casa apenas aseándose y comiendo. Las salidas en metro lo motivan a vestirse —llevaba una camisa polo, pantalones y una gorra— y come y duerme mejor después de un paseo, dijo.
En casa, guarda cinco copias del mapa del Metro de Seúl que consulta para trazar sus viajes.
“Si tuviera que pagar el pasaje de ida y vuelta, no podría hacerlo”, dijo.
Alrededor de las 4 p.m. el día que paseaba, Lee ya iba camino a casa. Al mirar alrededor del vagón del metro, el cual parecía estar ocupado al menos en un 50 por ciento por personas mayores, dijo que estaba de acuerdo en que probablemente debería aumentarse la edad para obtener pasajes gratuitos.
“Las personas de 70 y 75 años son jóvenes”, dijo. “Quienes tienen 65 años son básicamente niños”.
Victoria Kim es corresponsal en Seúl, y se centra en la cobertura de noticias en directo. Más de Victoria Kim
Chang W. Lee es fotógrafo de The New York Times. Fue miembro del equipo que ganó dos premios Pulitzer en 2002: uno por Fotografía de Noticias de Última Hora y el otro por Fotografía Destacada. Síguelo en Instagram @nytchangster Más de Chang. W. Lee