Las mujeres empezaron a jugar en Argentina hace más de un siglo, pero los guardianes de las esencias las excluyeron con vehemencia. En las escasas ocasiones en que la asociación del fútbol del país organizaba partidos, no pagaba a las mujeres. La disparidad entre el apoyo recibido por una y otra selección nacional era una de las mayores del mundo de los deportes.
En 2017, la selección nacional femenina anunció una huelga. La corrupción de la asociación posibilitaba el acoso sexual y el desvío de los fondos destinados al desarrollo de las mujeres. Para las jugadoras, era peligroso alzar la voz, y muchas, entre ellas la excapitana Estefanía Banini, sufrieron represalias.
Las acciones de las futbolistas coincidieron con el florecimiento de un movimiento feminista conocido como #NiUnaMenos. Este colectivo, que se fundó en Argentina y después se extendió a toda América Latina, organizó huelgas generales y manifestaciones para protestar contra la violencia de género. #NiUnaMenos entendía la igualdad de género en términos muy amplios: defendía los derechos reproductivos y de las personas trans y exigía justicia racial y de clase. La legalización del aborto en 2021 —prácticamente un milagro en un país católico moldeado por un régimen militar que promovía una ideología de género conservadora— fue en gran medida fruto de este activismo.
Los aficionados también empezaron a reaccionar con más rapidez y energía a los incidentes de discriminación de género. A finales de la década de 2010, las feministas argentinas formaron comités de género dentro de los clubes, reescribieron sus estatutos anticuados, pusieron en tela de juicio los cánticos discriminatorios y crearon espacios más seguros en las gradas y las sedes para las mujeres e hinchas que se identifican como LGBTQ.
Mientras los pañuelos morados, el emblema de #NiUnaMenos, inundaban las calles de las ciudades argentinas, Lionel Messi continuó prosperando en el F. C. Barcelona. Se casó con una amiga de la infancia y se convirtió en el cariñoso padre de tres hijos. Alejándose una vez más del “pibe” aniñado e indomable, Messi parecía disfrutar de verdad cuidando de sus hijos. Y siguió dejando estupefactos a los defensas y electrizando al público. Ganó el Balón de Oro, el premio concedido al mejor jugador del mundo, en 7 ocasiones, un récord que nadie más ha batido; jugó en un equipo ganador de la Liga de Campeones; se convirtió en el máximo goleador de toda la historia argentina, y, por último, condujo a Argentina a la victoria frente a Brasil en la Copa América de 2021.
En todo ese tiempo, Lionel no dejó de desafiar al machismo en el fútbol argentino a su manera sosegada. Los estadios son parte de un ecosistema sexista donde son habituales las muestras de misoginia y homofobia; los hinchas organizados que se hacen llamar “barras bravas” han generado condiciones aterradoras durante los partidos. Messi ha rechazado esta violencia, y ha colaborado con su ciudad natal, Rosario, en su campaña contra la violencia en los estadios. En el video de la campaña pública, aparecen imágenes violentas de hinchas que se atacan unos a otros mientras Messi llora.
La escuadra argentina y su entrenador, Lionel Scaloni, son tan importantes para la redefinición de la masculinidad en el fútbol como lo es Messi. Aunque la mayoría de sus miembros juegan en clubes europeos, se formaron en las canteras juveniles argentinas, que exportan cientos de jugadores al año para competir en toda clase de ligas, desde Indonesia hasta Estados Unidos. En 2018, chicos de estas canteras alzaron la voz para denunciar los abusos sexuales que sufrían allí. Sus experiencias ayudaron a revertir el estigma asociado a la violencia sexual.