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Nuestra vida con microplásticos – The New York Times

No solo las manchas de los bebés menguaban a un ritmo alarmante: también los penes y los testículos. “Esto es una barbaridad, porque está cambiando el perfil hormonal y los sistemas reproductores de los seres humanos, y nos está haciendo más débiles, nos está haciendo menos masculinos”, dijo. Un invitado señaló que había ciertas contrapartidas: vivir en el mundo moderno conlleva una exposición sin precedentes a dichas sustancias químicas, pero también más longevidad. “Algo así, pero vives mal”, dijo Rogan. Así como el cambio climático y la contaminación son tradicionalmente preocupaciones de la izquierda, los efectos demográficos del descenso de la natalidad son un motivo de inquietud para los conservadores. En otras palabras: sea cual sea la hipótesis apocalíptica que prefieras, ahí estarán los microplásticos.

Los microplásticos se han instalado en el torrente sanguíneo cultural, y su prevalencia en el espíritu de la época se puede explicar en parte por nuestra incertidumbre sobre qué significa, desde el punto de vista patológico, que estemos cada vez más llenos de plástico. Esta ambigüedad también nos permite atribuir toda clase de malestares, tanto culturales como personales, a esta nueva información sobre nosotros mismos. Todo este asunto tiene una extraña resonancia alegórica. Nos sentimos psíquicamente desfigurados, corrompidos en nuestra alma, por una dieta constante de basura figurativa del tecnocapitalismo: por las inacabables pantallas de TikToks inanes y de grabaciones descerebradas, por los influyentes de Instagram que apuntan a cajas de texto mientras hacen bailecitos, por la infinita proliferación de contenidos basura generados por IA. Sentimos que nuestra fe en el propio concepto del futuro se licua en general al mismo ritmo que los casquetes polares. La idea de que unos microscópicos trozos de basura atraviesen la barrera hematoencefálica parece una forma apropiada y oportuna de entrar en los anales del imaginario apocalíptico.

Y el aura de indeterminación científica que rodea el tema —quizá estas cosas estén causando daños inimaginables a nuestro cuerpo y nuestro cerebro; por otro lado, tal vez esté bien— le confiere un toque ligeramente histérico. No sabemos cómo nos afectan estos plásticos y, por tanto, los diversos malestares que podemos atribuirle de forma plausible son infinitos. Quizá sean los microplásticos lo que te provoca depresión. Quizá sean los microplásticos lo que te causa un resfriado a partir de Navidad en adelante. Quizá sean los microplásticos los que impiden que tú y tu pareja puedan concebir, o lo que te provoca la pereza y la apatía, o el deterioro precoz de tu memoria. Quizá fueron los microplásticos los que te provocaron el cáncer de estómago, o el tumor cerebral.

Yo mismo soy susceptible a esta tendencia. Hace unos años, me diagnosticaron EEI (enfermedad inflamatoria intestinal), una enfermedad autoinmune crónica. Como suele ocurrir con este tipo de afecciones, surgió de la nada, sin causa conocida. No es mortal, pero ha habido periodos en los que me sentí lo suficientemente enfermo para no poder trabajar durante una o dos semanas seguidas, y en los que he estado tan cansado que apenas podía levantarme del sofá para irme a la cama por la noche. Cada ocho semanas, me presento en la sala de infusiones, donde me enganchan a una bolsa que contiene una solución líquida de un anticuerpo monoclonal. (Estas bolsas, por supuesto, están hechas de algún tipo de polietileno, y, mientras te cuento esto, debes imaginarme encogiendo aparatosamente los hombros, como muestra de mis abundantes reservas de ironía estoica).

En 2021, en un estudio publicado en la revista Environmental Science and Technology, se descubrieron que los niveles de microplásticos hallados en las muestras de heces de las personas a las que se les había diagnosticado la EEI, aunque por lo demás sanas, eran considerablemente más altos respecto a las personas sin EEI. No se estableció una causalidad directa, pero dado que en otros estudios anteriores con animales de laboratorio se ha determinado que la ingesta de microplásticos provoca inflamación intestinal, no parece descabellado suponer que pueda haber alguna relación.

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