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Qué significa ver películas con poca visión

Mi abuela me decía que sonriera cuando me tomaba una foto, pero yo no tenía ni idea de lo que era una sonrisa. No sabía de qué hablaba mi padre cuando me decía que no torciera el labio. Más tarde me emocioné al descubrir cómo era sonreír y bailar cuando vi a Dick Van Dyke y Julie Andrews en Mary Poppins. Me estremecí al mirar los ojos deliciosamente malvados de Cruella de Vil en 101 dálmatas.

En el cine, por primera vez, cerca de la gigantesca pantalla del proyector, pude ver puños cerrados, muecas, sonrisas, asentimientos, así como otras expresiones y gestos. Antes, no habría tenido ni idea de lo que era un truco de vida, o life hack. Pero eso ha sido el cine para mí.

En la vida real, a menudo tengo problemas para reconocer el ambiente en el que estoy porque rara vez veo las expresiones faciales, los gestos o lo que llevan puesto las personas a menos que esté muy cerca de ellas. A menudo me pierdo información visual que da pistas a las personas videntes sobre las personas con las que salen, se enamoran, se casan, tienen hijos, socializan y trabajan. No puedo ver cómo se gesticula para llamar la atención de un mesero cuando cenas en un restaurante o cuando alguien coquetea conmigo o pone los ojos en blanco.

No pretendo ver lo que ven las personas videntes en las películas, pero veo lo suficiente. A veces también utilizo la audiodescripción, una forma de narración que permite a los ciegos y a las personas con baja visión acceder a los elementos visuales de las películas y otros medios.

Sí, muchas veces no puedo saber qué arma se utiliza en un asesinato misterioso o el tamaño del anillo de compromiso que un enamorado ha escondido en el postre de su persona amada. Pero lo que más me gusta es la experiencia cinematográfica: la sensación de que las imágenes se mueven por la pantalla mientras nosotros nos desplazamos por el espacio y el tiempo. Y, como las películas se proyectan en una pantalla grande, con primeros planos de parejas enamoradas, números musicales, batallas y escenas callejeras, puedo ver lo que de otro modo rara vez soy capaz.

Mi vida cotidiana, como la de todas las personas que he conocido, no es como la de las películas. No estoy, como Norma Desmond, preparándome para mi escena en primer plano. He tenido algunos romances encantadores, pero nunca tan mágicos como en Historias de Filadelfia. Tengo momentos de pavor existencial. Pero no soy Laurence Olivier en Hamlet.

Sin embargo, el mundo imaginario de las películas me ha ayudado al darme vistazos insustituibles, incluso mágicos, de cómo funciona el mundo. Viendo películas comprendí por primera vez a lo que se refería la gente cuando afirmaba que alguien sonreía, gruñía o se encogía de hombros. Hoy no me desconcierta que me pidan que sonría para una foto. Algún día aprenderé a poner los ojos en blanco.

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