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Ten más sexo. ¡Por favor!

Los escritores como yo hemos hecho que la falta de sexo masculina sea un problema muy conocido, a pesar de que las mujeres se encuentran en la misma situación. Los datos de la Encuesta Social General indican que su actividad sexual podría ser inferior a la de los hombres, incluso. En 2021, alrededor de una cuarta parte de las mujeres menores de 35 años declaró no haber mantenido relaciones sexuales en el último año. En el caso de los hombres, la cifra era del 19 por ciento. Y las mujeres que sí mantienen relaciones son menos propensas a estar satisfechas con el sexo que practican. Tanto hombres como mujeres afirman sentir arrepentimiento o infelicidad tras el sexo ocasional, pero es más común en las mujeres, y es probable que se deba en parte a las percepciones culturales de la autonomía sexual. El sexo puede unir a las personas, pero eso solo funciona cuando el sexo es bueno.

Las mujeres y los hombres no solo van camino de la total inactividad sexual: también van por el mismo camino a la soledad. Las mujeres jóvenes son más propensas que los hombres a declarar haber perdido el contacto con los amigos durante la pandemia, y un estudio británico reveló que las mujeres tendían más que los hombres a sentirse solas “a menudo” o “siempre”. Los informes se centran con frecuencia en la inactividad sexual de los jóvenes varones —y en la ideología incel—, pero el descenso del sexo y el aumento de la soledad y el aislamiento social no son problemas masculinos. En el Estados Unidos del siglo XXI, la soledad es en esencia un problema omnipresente, y el típico temor del estudiante de secundaria de que “todos los demás sí tienen sexo” nunca ha sido menos cierto.

No hay una solución única. La epidemia de soledad ha sido provocada por diversos factores que se han exacerbado durante décadas. Las redes sociales son uno de los culpables; la guerra de desgaste del siglo XX contra las zonas peatonales es otro. Pero a medida que la soledad se ha acelerado, ha acabado perpetuándose a sí misma: nuestra actual soledad social —y la falta de sexo— es fruto de los cambios sociales y culturales, mientras que su continuidad perpetúa aún más esos cambios.

La epidemia de soledad es tal vez un problema de la sociedad, pero se puede resolver, al menos en parte, en el dormitorio de cada cual. A los que, por nuestras circunstancias, podemos practicar más sexo, deberíamos hacerlo. Esta es una rara oportunidad de hacer algo para mejorar el mundo que te rodea, y que no implica más que concederte uno de los placeres más esenciales de la humanidad.

Tener más sexo es tanto una terapia personal —tu médico estaría de acuerdo con ello— como una declaración política. La sociedad estadounidense está menos conectada, compuesta por individuos que parecen cada vez más dispuestos a aislarse. Practicar más sexo puede ser un acto de solidaridad social.

No todo el mundo que desea más sexo puede hacerlo con la misma facilidad. Las discapacidades, las objeciones religiosas, la asexualidad y cualquier conjunto de restricciones y responsabilidades cotidianas coartan o cierran la actividad sexual para muchas personas. Puede que haya quienes, simplemente, no quieren practicar más sexo, o no practicarlo en absoluto. Pero incluso quienes no quieren practicarlo más deberían evitar la apatía. El sexo es intrínseco a una sociedad desarrollada a partir de la conexión social, y, ahora mismo, nuestras conexiones y nuestras vidas sexuales están colapsando la una junto a la otra.

Muchas personas —como los hombres jóvenes con los que he hablado en mi trabajo— se han resignado a desplazar sus deseos sexuales, a recurrir exclusivamente a la pornografía o a otros estímulos en internet, lo cual es un reflejo de los muchos tipos de relaciones que han quedado subsumidas en el mundo digital. Como bálsamo para la soledad, el sexo digital puede ser solo un poco mejor que la amistad digital: una fuente de envidia, resentimiento y rencor, que fomenta la soledad, en vez de curarla. Nada que ver con la experiencia real.

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