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Elogio al desorden – The New York Times

Los detractores más obstinados del desorden confunden dos formas distintas de materialismo. Por utilizar los términos de la psicología conductual, el “materialismo terminal” se refiere a cuando se adquiere y se valora un objeto solo por sus propiedades intrínsecas, como, por ejemplo, un nuevo y lujoso iPhone (que también acabará inevitablemente obsoleto). Esa basura que no vale nada, pero que nos resistimos a tirar, suele ser un ejemplo de “materialismo instrumental”: valoramos los objetos por su relación con otra persona, un lugar o un momento de nuestra vida, y les conferimos un significado. Puede adoptar formas muy visibles, como llevar un anillo o un crucifijo. Pero también pueden ser excéntricas e inescrutables, como un montón de pisapapeles o un leprechaun de cerámica.

Los objetos que mantenemos cerca de nosotros “crean permanencia en la vida íntima de la persona, y, por tanto, son los que más influyen en la composición de su identidad”, escribieron hace años Mihaly Csikszentmihalyi, psicólogo famoso por su concepto del “fluir”, y el sociólogo Eugene Rochberg-Halton en The Meaning of Things, una obra seminal y pionera que profundizó en la psicología del materialismo.

Sus conclusiones se basaron en sus encuestas a 82 familias acerca de un total de 1694 objetos domésticos con significado. “Descubrimos que a las cosas se les tiene cariño, no por la comodidad material que proporcionan, sino por la información que transmiten sobre el propietario y sus lazos con los demás”, escribieron. Además, “empezamos a darnos cuenta de que las personas que les negaban un significado a los objetos también carecían de una red de relaciones humanas estrechas”.

Esto no quiere decir, por supuesto, que los minimalistas sean inhumanos o que la verdadera conexión dependa de los símbolos materiales. Pero estos vínculos personales entre objetos y significados sí contradice la habitual crítica de que el apego material obedece a una superficial exhibición de estatus. Al sugerir que el cluttercore es para “quienes tienen montones de cosas, cada una de las cuales tiene su propia historia”, Apartment Therapy añadió el argumento clave de que esto significa “cosas a las que les tienen cariño, por muy absurdas, minúsculas o nimias que le puedan parecer a alguien desde fuera”. Podríamos imaginarnos un público, aunque sea muy reducido, para las historias que cuenta nuestro desorden. Pero, en realidad, son historias que nos contamos a nosotros mismos.

Y eso está bien, o mejor que bien. Porque es más probable que sean los objetos que ya posees los que se entrelazan con las personas y las experiencias que dan sentido a la vida. Por eso tu acumulación de objetos viejos y raros es seguramente más importante que la siguiente innovación de moda que puedas comprar. (A menudo, sospecho que la directiva minimalista de la “limpia” es en realidad un argumento materialista-terminal encubierto que dice que tienes que deshacerte de esas chanclas que ayer eran tendencia entre los influencers… para que puedas hacerles espacio a las de mañana).

Y lo que es más importante aún, como le dije a mi madre: nadie va a disfrutar de tus cachivaches como tú. Durante casi una década, he impartido un taller anual dirigido a escritores sobre objetos para el departamento de investigación de diseño de la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. Muchos participantes de todo el mundo han elegido invariablemente objetos subjetivos que la mayoría de nosotros trataríamos como cosas sin ningún valor o utilidad —una taza, un encendedor, un alfiler de corbata con forma de caniche— y, sin embargo, las historias que cuentan sobre nosotros son profundamente significativas y muy útiles para que los estudiantes se presenten.

Más recientemente, he colaborado con el autor y editor Joshua Glenn para explorar su interés en una categoría cultural material que no recibe mucha atención, pero que aporta una visión distinta sobre ordenar y hacer limpias: el significado de los objetos que teníamos antes. En concreto, les pedimos a varios escritores y artistas que nos hablaran sobre cosas que hubiesen perdido: extraviadas, rotas, robadas, tiradas o regaladas. Algunos incluso explicaron que se habían deshecho adrede de cosas —un par de zapatos para caminar, una pieza de macramé, un Dodge Dart— que luego han echado mucho de menos, o como mínimo han lamentado la pérdida de una época que ese objeto representaba. En casi todos los casos, nada esclarece más el valor instrumental de un objeto que su desaparición definitiva.

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