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‘Fue un horror’: los ucranianos liberados comparten historias de la ocupación

BALAKLIYA, Ucrania — Las tropas rusas pasaron semanas buscando a Mariya, de 65 años y concubina de un oficial del ejército ucraniano.

Mariya narró que en dos ocasiones saquearon su casa de campo en un poblado ubicado a las afueras de la ciudad de Balakliya, Ucrania, y meses más tarde, cuando finalmente la detuvieron, la torturaron con descargas eléctricas y amenazas de violación en repetidas ocasiones durante los interrogatorios.

La reconquista por parte de los combatientes ucranianos de gran parte de la región de Járkov hace un mes está revelando cómo era la vida de miles de personas que vivían bajo la ocupación militar rusa desde los primeros días de la guerra. Para muchos, hubo periodos de calma, pero casi sin alimentos ni servicios públicos. Para quienes, como Mariya, fueron acusados de simpatizar o ayudar a los ucranianos, fue un absoluto infierno.

“En una palabra, fue un horror”, dijo Mariya. “Pensé que no saldría viva”.

Los agentes de policía que han regresado a las ciudades y poblados para restablecer el gobierno ucraniano se han visto abrumados por las denuncias de robos y daños a la propiedad, pero también por los relatos de detenciones, torturas y familiares desaparecidos.

Según los funcionarios de la policía, es muy probable que la magnitud de los abusos contra la población del este de Ucrania bajo la ocupación rusa sea mayor que la observada en la primavera en Bucha y otras zonas de los alrededores de la capital, Kiev, dada la amplitud del territorio y la duración de la ocupación.

Hasta ahora, los agentes de policía han registrado más de mil casos de personas detenidas en comisarías y centros de detención temporal en toda la región, afirmó Serhii Bolvinov, jefe de la policía de la provincia de Járkov. La cifra real es quizá dos o tres veces mayor, dijo.

La tortura era rutinaria, según los testigos. Las señales de abuso ya eran evidentes en algunos de los 534 cuerpos recuperados en toda la zona, comentó el jefe de policía. “Hay cuerpos que fueron torturados hasta la muerte”, dijo. “Hay personas con las manos atadas, con disparos, estranguladas, personas con cortaduras, con cortes en los genitales”.

La semana pasada, en un pequeño cementerio situado en medio del campo a las afueras de la ciudad de Borova, un padre vigilaba en silencio mientras los investigadores ucranianos llevaban a cabo la espeluznante tarea de exhumar y examinar el cuerpo de su hijo, Serhii Avdeev. La esposa de Avdeev había encontrado su cadáver acribillado a balazos en la fosa de un campamento abandonado por las tropas rusas en su retirada ocurrida días antes.

El asesinato de Avdeev, de 33 años, un soldador que había formado parte del ejército ucraniano, es el último tema de interés para los fiscales de crímenes de guerra. El suyo es uno de los cientos de cadáveres recuperados en decenas de ciudades y poblados reconquistados por las tropas ucranianas en el noreste del país.

El sábado, un equipo conjunto de especialistas forenses franceses y ucranianos realizó la autopsia del cuerpo de Avdeev en un depósito de cadáveres de Járkov, en la que descubrieron al menos 15 heridas de bala y cuatro balas alojadas en su cadáver. Le habían arrancado una de las uñas y parte de un dedo.

Los relatos de los detenidos revelan el mismo patrón de abusos, como palizas y descargas eléctricas durante los interrogatorios, en casi todas las comisarías y cárceles improvisadas de la región. Algunos reclusos fueron encerrados en jaulas al aire libre en la ciudad de Kupiansk, según un testigo.

Mariya estuvo retenida durante 40 días en un centro de detención policial, donde soportó horas de interrogatorio, descargas eléctricas y amenazas de violación y muerte. En una ocasión, se cayó de la silla, inconsciente, y volvió en sí mientras alguien le daba patadas en la cabeza.

Dijo que, por sus acentos, llegó a la conclusión de que la mayoría de sus interrogadores eran rusos y exigió saber dónde estaba su esposo. También la acusaron en repetidas ocasiones de ser una observadora que identificaba objetivos de bombardeo para el ejército ucraniano.

Desde su celda, podía escuchar los gritos de dolor de hombres y mujeres. “Los hombres gritaban con tanta fuerza que no puedo describirlo”, dijo, llorando. Aseveró que, por los gritos, se daba cuenta de que estaban agrediendo sexualmente a las mujeres (aunque dijo que ese no fue su caso). “Si a mí me desnudaron hasta dejarme en ropa interior, te puedes imaginar lo que les hicieron a ellas”.

Había otro elemento en su persecución que era mezquino y vengativo.

Mariya se escondió en un departamento vacío cerca de una escuela donde trabajaba como personal de limpieza, pero cree que alguien les reveló su ubicación a los rusos. En julio, unos rusos enmascarados golpearon la puerta y gritaron su nombre.

La segunda ocasión que registraron su casa, los rusos pintaron la letra Z (símbolo de la fuerza de ocupación rusa) en todas las paredes y puertas, incluido el interior del refrigerador, y atacaron el auto de su esposo con un hacha y disparos.

Serhii, un leñador de 30 años que también es residente de Balakliya, fue detenido por soldados rusos en el bosque cerca de su casa mientras paseaba a los perros con su hermano y un amigo. Los tres hombres fueron desnudados, golpeados e interrogados.

“Querían saber dónde estaban las posiciones ucranianas”, dijo Serhii, quien solo dio su nombre de pila por temor a represalias, en caso de que los rusos regresaran. “Estaban haciendo preguntas que no podíamos responder”.

Luego, a las 03:00 a. m., los llevaron al bosque, los obligaron a cavar una zanja y los sometieron a un simulacro de ejecución. “Pensé que estaban muertos”, dijo Serhii sobre sus compañeros, y su rostro se arrugó cuando rompió en sollozos.

Los hombres fueron retenidos en un sótano y luego, después de dos semanas, fueron liberados sin explicación.

Los investigadores que reabrieron las comisarías de todo el territorio reconquistado descubrieron a cientos de hombres y mujeres con historias similares: fueron golpeados y torturados bajo la acusación de servir en el ejército ucraniano, de tener familiares en el ejército o simplemente de estar a favor de Ucrania.

No obstante, muchos otros fueron detenidos por una infracción menor, como violar el toque de queda, o bajo la acusación generalizada de ser espías o vigilantes.

Serhii Pletinka, de 33 años, un constructor que vive cerca de la ciudad de Shevchenkove, fue detenido dos veces, acusado de ser nazi, de vender ilegalmente ayuda humanitaria y de conspirar para asesinar a un jefe de policía que fue nombrado por Rusia.

Todos sus acusadores eran hombres de la localidad que habían obtenido puestos de trabajo en la nueva administración prorrusa, y uno de ellos tenía una vieja disputa con él, señaló Pletinka.

Otro hombre de su ciudad, Oleh, de 28 años, quien estuvo detenido durante dos semanas, dijo que la mayoría de los que hacían acusaciones estaban motivados por el dinero o por una pequeña venganza. “Los policías hacían acusaciones falsas para obtener recompensas”, aseveró. “Lo hacían por el dinero”.

Los residentes vieron cómo algunos de sus vecinos comenzaban a disfrutar de su nuevo poder y a conducir autos nuevos, aunque las cosas no funcionaron para todos, dijo Pletinka. Entre sus compañeros de celda, dijo, estaba el primer alcalde designado por Rusia, quien luego fue acusado de malversación de fondos y lo arrestaron.

Muchos de los que colaboraron, incluido el alcalde encarcelado, huyeron del país cuando las tropas ucranianas recuperaron la región y se cree que están en Rusia, dijo. Pero Mariya dijo que sus vecinos, algunos de los cuales le robaron sus pertenencias y herramientas agrícolas mientras estaba detenida, siguen siendo hostiles, y uno afirma que compró propiedades a los rusos.

En la comisaría de Kozacha Lopan, el sitio de una importante base rusa cerca de la frontera, los investigadores encontraron un teléfono de campaña militar utilizado para administrar descargas eléctricas, junto con documentos que identificaban al jefe de policía designado por Rusia que había estado a cargo de la comisaría.

A menudo, los rusos y sus representantes demostraron que sospechaban obsesivamente de los observadores y otras personas que podrían estar ayudando al ejército ucraniano. Confiscaron teléfonos celulares para evitar que la gente se comunicara con el otro bando, e incluso clavaron algunos teléfonos a un árbol en la plaza principal de Kozacha Lopan para asustar al público, dijeron los policías ucranianos.

“Estaban tratando de establecer un nuevo régimen”, dijo un investigador en Balakliya, quien solo dio su primer nombre, Kyrylo, por razones de seguridad. “Y estaban gobernando a través de la violencia”.

Las detenciones continuaron hasta el final, incluso cuando las fuerzas rusas se retiraban.

Avdeev, quien había formado parte del ejército, al principio fue interrogado y golpeado por las tropas rusas, pero no fue detenido. Más tarde, el 9 de septiembre, cuando el control ruso sobre la región se estaba viniendo abajo, los separatistas de la región de Luhansk, apoyados por Rusia, se lo llevaron.

Su familia encontró su cuerpo una semana después en el campamento ruso abandonado.

Oleksandr Chubko y Denys Tsiba colaboraron con reportes desde la región de Járkov.

Carlotta Gall es corresponsal sénior y actualmente está cubriendo la guerra en Ucrania. Anteriormente fue jefa de la oficina de Estambul, cubrió las secuelas de la Primavera Árabe desde Túnez e informó desde los Balcanes durante la guerra en Kosovo y Serbia, y desde Afganistán y Pakistán después de 2001. Formó parte de un equipo que ganó un Pulitzer en 2009 por sus reportajes desde Afganistán y Pakistán. @carlottagall • Facebook

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