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¿El mundo se está acabando? ¿O solo es el miedo?

De debatir si la inflación pospandémica podría ser transitoria se pasó a plantear si podría parecerse a la de la década de 1970, con las dificultades de la estanflación y las escaseces de energía; después, de si la quiebra de las criptomonedas podría recordar a la del mercado inmobiliario en la década de 2000; qué consecuencias políticas y de otro tipo podría tener el disparo de los precios; y, peor aún, que los precios del grano puedan provocar una ola de hambrunas en todo el mundo. En Odd Lots, el pódcast sobre finanzas de Bloomberg, los presentadores señalan con frecuencia que se ha producido una “tormenta perfecta” de condiciones para la crisis: en la logística del comercio marítimo, en los precios del café, en la menor producción de cobre, en las dificultades de empezar a extraer más petróleo. Todo parece haberse estropeado o torcido un poco al mismo tiempo. ¿Se trata de un intenso periodo de acontecimientos inusuales, o de un momento de calma antes de que todas las piezas interconectadas colapsen?

Y esto sin contar otras preocupaciones más profundas que tienen las personas, y que también contribuyen a generar la sensación de desintegración social: la depresión y la ansiedad entre los adolescentes, el descenso de nivel en lectura y matemáticas, la omnipresencia del fentanilo y el resurgimiento del antisemitismo y la violencia anti-LGBTQ. La policía tardó una hora en intervenir mientras un joven disparaba contra niños. Jóvenes que disparan a los clientes de una tienda de comestibles porque eran negros; clientes que lo hacen en un club gay y trans; y también jugadores de fútbol universitario, después de una excursión para ver un partido. Vidas truncadas en un contexto de normalidad, y pocas cosas pueden hacer sentir más a la gente que el mundo se acaba.

Existe una razón por la que a muchas personas les preocupa una mayor soledad social, la cual es difícil de definir y más aún de subsanar. Existe una razón por la que muchas personas dicen que es como caminar en medio de la niebla. “Por ahora, estamos vivos en el fin del mundo, traumatizados por los titulares y las alarmas del reloj”, escribió el poeta Saeed Jones en su poemario más reciente.

A pesar de todo este dolor y esta nefasta posibilidad, algunas noticias han desafiado las expectativas. Rusia no se ha llevado Ucrania por delante; Estados Unidos y Europa se mantienen unidos; la gente celebra en la retirada de las tropas rusas de sus ciudades sin luz. Muchos de los grandes exponentes de las teorías conspirativas sobre las elecciones en Estados Unidos —y en especial quienes querían hacerse con las riendas de la burocracia electoral— perdieron en los estados más importantes de cara al traspaso de poderes presidenciales. El colapso de las grandes plataformas de intercambio de criptomonedas no se ha extendido, por ahora, a todo el sistema financiero. La Corte Suprema pareció escéptica este mes respecto a la teoría de las legislaturas estatales, aunque en realidad no podremos confirmarlo hasta el año que viene. No ha habido violencia o agitación generales en la jornada electoral o en reacción a los resultados.

Tal vez a los seres humanos se nos ha infravalorado frente a la inteligencia artificial, como apuntó mi colega Farhad Manjoo; hubo un avance en la fusión nuclear, aunque el desarrollo a partir de ahí podría ser verdaderamente complicado; es muy probable que pronto se administre una vacuna contra la malaria que pueda transformar el modo de propagación de la enfermedad. Algunas de las predicciones más funestas sobre el cambio climático podrían resultar al final haber sido demasiado funestas. Como escribió mi colega David Wallace-Wells este año: “El margen de posibles futuros climáticos se está reduciendo, y, por tanto, nos estamos haciendo una mejor idea de lo que vendrá: un nuevo mundo, lleno de disrupciones, pero también de miles de millones de personas que vivirán con un clima que distará de ser normal, pero también, afortunadamente, del verdadero apocalipsis climático”.

Él sostiene que, en parte, algunos de esos mejores resultados se derivan de la movilización a causa de un profundo temor. Esto va ligado a la misteriosa relación entre las advertencias ominosas y los resultados positivos, a ese miedo que puede mitigar la causa del miedo. Quizá fue eso lo que impidió ganar las elecciones a los teóricos conspirativos a ultranza: que los votantes indecisos visualizaron el funesto panorama de lo que podría pasar y decidieron actuar. O quizá solo quieren más estabilidad; quizá mucha gente la quiere.

Esta es, en teoría, la razón por la que la gente debate sobre el carácter de nuestros problemas y su gravedad en Twitter y en lugares como The New York Times: la respuesta. El debate científico privado y público sobre, por ejemplo, la gravedad de una nueva variante de un virus tiene el potencial de guiar la respuesta del gobierno y de la sociedad.

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